El optimismo con el que arrancamos 2022 nos duró muy poco. Habían pasado sólo dos meses cuando comenzó la guerra en Ucrania, un drama. De nuevo, nos encontramos ante una situación compleja que aumenta la ya omnipresente incertidumbre en la que vivimos y ante la necesidad de adaptarnos de manera ágil e inmediata.
Pareciera que somos incapaces de anticiparnos y esperamos a los acontecimientos para tomar decisiones. Si ya llevábamos muchos años hablando de digitalización, no fue hasta que llegó la pandemia que se produjo una aceleración de la transformación digital real de las compañías e instituciones. Del mismo modo, ha sido la inestabilidad geopolítica la que ha desencadenado una reflexión sobre la globalización, donde los países han comenzado a relocalizar actividades productivas para mitigar sus riesgos.
¿Qué tiene que ocurrir para que materialicemos las buenas intenciones en torno a la sostenibilidad? Aunque existe consenso en cuanto a abordar la transición energética y reducir el impacto medioambiental, no lo hay en cuanto al cuándo y al cómo. Ni tampoco sobre cómo integrar el resto de aspectos sociales y de buen gobierno sin los que difícilmente podremos hablar de un mundo realmente sostenible.
En 2023 tendremos que transformar nuestros negocios en modelos más sostenibles y, por lo tanto, más eficientes -no olvidemos que la sostenibilidad no es más que eficiencia a largo plazo-. De modo que demos respuesta a las tendencias que, en mi opinión, serán predominantes: más y más tecnología, racionalización de la globalización y sostenibilidad en el sentido amplio de la palabra.
Esperemos que de todo esto aprendamos a tomar las acciones necesarias hoy sin esperar a que las circunstancias exógenas nos empujen. En definitiva, a adelantarnos para navegar en la incertidumbre.
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